Leopoldo es mixteco, de la sierra norte de Oaxaca, cerca de Nochixtlán, pertenece al culto de los Bautistas Misioneros y, tras años de estudio se hizo pastor de su iglesia. Fiel a sus dos pasiones, la ciencia y la fe, decidió trasladarse con su familia a Europa, más precisamente a Cataluña, a estudiar ahí su doctorado y, al mismo tiempo, cumplir su labor misionera. Reconocerá usted, admirado lector, que el que un indio mixteco atraviese la Mar Océana para evangelizar a los europeos paganos, tiene su gracia. Singular y excepcional.
Más aún si considera usted que El Leo lleva ya más de diez años al borde del Mediterráneo y cumple sus dos vocaciones (tres, si añadimos la de pater familia) con talento y dedicación admirables. Es un hombre sin par. Lo extraño un chingo.
El caso es que acostumbra a leer mis columnas en Excélsior, y me acaba de enviar su comentario a la que, con motivo de la visita a México del Papa de Roma, y basándome en las tesis de Bertrand Russell, titulé: Por qué no soy cristiano. Con esa mezcla tan suya de convicción y ecuanimidad, Leopoldo me hace saber su punto de vista, con tal lucidez y donaire que, aunque no concuerde con él en todo lo que expone, decido traducirlo y transcribirlo íntegro. No tiene desperdicio.
“Querido Marcel·lí: Sólo para decirte con respecto a tu artículo, que tu conclusión (o la de Russell, que me parece tú compartes) es del todo acertada. Dicen que difícilmente las personas pueden cumplir el código de conducta cristiano y esto es cierto, yo añadiría que según la Biblia ningún ser humano puede acatarlo todo.
“De hecho, el primer paso para ser realmente cristiano es reconocer la incapacidad de cumplir íntegramente la ley y, además, cuando crees que la cumples sin ningún tipo de ayuda probablemente estás mintiendo. El segundo paso, después de reconocer tu imposibilidad de ser una ‘buena’ persona y de poder llegar solo al Reino de los Cielos, es asumir que Jesucristo fue realmente lo que decía que era, es decir, el Hijo de Dios y el que pagó el precio para poder establecer la paz entre Dios y el hombre. Una vez que reconozcas esto y pidas perdón a Dios por vivir lejos de Él (por tus pecados) es sólo entonces que eres cristiano.
“Espero hayas entendido que mi punto es el de que toda la autodenominada sociedad cristiana, en realidad no lo es; ser cristiano no es algo que dependa de la herencia o de la tradición. Depende de la decisión propia e individual de cada quien; es por ello que Francisco no es cristiano, ni lo es todo el entramado de la Iglesia católica.
“En lo que sí difiero de ti es en el razonamiento según el cual ‘como hay contradicciones de los seguidores, entonces yo no puedo ser parte de ellos’, refiriéndote al hecho de ser cristiano.
“Ya que, con un argumento similar, no podría yo ser comunista, puesto que todos (o la mayoría de los comunistas que conozco) viven en realidad no como revolucionarios. Hablan y hablan de revolución, pero sus ingresos no son ni mucho menos como los de quienes dicen defender, obreros, campesinos, etc.
“Y ya puestos, ni siquiera sería anarquista, dado que son muchos los libertarios intolerantes y autoritarios. He escuchado muchas veces, por ejemplo, ‘si eres anarquista no puedes creer en Dios’ y yo me pregunto ‘¿de veras?’.
“Bien, como siempre, un fuerte abrazo desde Cataluña //*//, amigo querido y añorado”.
Está por demás decir que la argumentación del pastor matemático es inquietante y, en buena medida, demoledora. Es del todo cierto que la humildad y la conciencia de la ineludible condición de pecador son circunstancias indispensables del verdadero creyente. Y también lo es el que a menudo las doctrinas revolucionarias se han deslizado hacia el dogmatismo y el fariseismo.
Sin embargo, continúa existiendo una diferencia esencial y reside en el carácter estructurante e indiscutible de las creencias religiosas. La fe se opone a la razón. Y esa dicotomía es insalvable. El gran François-Marie Arouet, llamado Voltaire, la ilustra de manera descarnada en su célebre apotegma: “El universo me preocupa, y no puedo concebir que este reloj exista y no tenga relojero”. El vertiginoso libre-pensador, que llamaba al dogmatismo religioso, “la infamia”, nunca quiso ser calificado de ateo. Ello no impide considerar, ni en su época ni en la nuestra, a la religión como una forma particularmente nociva de obscurantismo.
Pues unos envejecidos dogmas eclesiásticos sepultan el raciocinio, mientras incluso Voltaire incluye conceptos ambiguos, tienden ante nuestras dudas una lóbrega capa encubridora. Tampoco alumbraron nunca tanta obscuridad.
Obviamente existen y han existido creyentes lúcidos y brillantes. Leopoldo Morales es un buen ejemplo. No me atrevería nunca a etiquetar a la religión como una forma de sinrazón. Pero sí, con toda vehemencia, a considerarla uno de los mayores escollos a los que debe enfrentarse la razón.













